Ginebra (sin tónica)
La gracia de evolucionar, crecer (en algunos casos afortunados, madurar) es percibir que con el paso de los años vuelves a realizar las mismas aventuras, en otra escala, en otros lugares... Por ejemplo, en Suiza.
Allá por 1987 compartíamos mi primo Álvaro y yo singladuras por Zaragoza y Madrid, durante el verano, sin más agenda que la duración del sol en el cielo y sin más tarjeta de crédito que la imaginación. Interminables tardes en su buhardilla, desafiantes carreras en bicicleta... Latidos sincronizados con cada odisea de nuestro mundo de niños.
Así lo repetimos en diferentes ocasiones y hoy, con otra perspectiva pero el mismo espíritu, me fundí nuevamente con un abrazo en él a mi llegada al aeropuerto de Ginebra.
Al poco rato, paseos por las calles, una cerveza, una cena, otra cerveza, más risas...
Poco ha cambiado en 20 años.
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