Historias a lomos de Cadillac
Me parapeto tras un 17-40 mm Parabellum, implacable, y me dispongo a extraer, (convencido de que la tienen, propia o de sus amos) el alma de esos cuerpos de chapa, cuero, goma e incluso madera.
Una concentración de coches clásicos, con sus grandes faros y llamativas líneas, expuestos y mimados por sus dueños.
Y de entre todos ellos, me quedo con Rafa & Chema, que vienen desde Madrid y para los que su Cadillac Eldorado Biarritz parece ser un compañero más, un escenario de azul y caoba con el que devorar asfalto y respirar ilusiones. Chema cruza su pierna en el asiento del copiloto, confortable y complacido por el suave ronroneo que asciende y rodea el habitáculo. Sonido con el que subrayan aventuras, la complicidad y los sueños. Desde atrás, me acomodo en el asiento del Cadillac, durante un breve pero confortante paseo por la carretera, en medio de la comitiva multicolor de ciento y pico coches.
O como José María & Sara, en cuyo Cadillac De Ville convertible esta vez no está montado Elvis (otrora conductor de otro De Ville) sino la serenidad amable, ensoñadora e incluso inspiradora de un matrimonio maduro, acomodado (para qué negarlo) en cuyo asiento trasero también me cuelo. Y con nuestra ya longeva amistad (la friolera de 5 minutos) me hablan de por ejemplo cómo él le pidió dinero a su suegro para su primer coche. Pasamos por los pueblos, bromeo saludando como John F. Kennedy a los parroquianos y a la llegada al destino me piden que les haga una foto más.
Y me vuelvo a parapetar tras el objetivo. Pero la historia de ellos dos lleva ya años escribiéndose y aún le quedan ríos de asfalto. José María posa con su sombrero junto a sus flamantes 6 metros de Cadillac.
Suena el obturador.
Una concentración de coches clásicos, con sus grandes faros y llamativas líneas, expuestos y mimados por sus dueños.
Y de entre todos ellos, me quedo con Rafa & Chema, que vienen desde Madrid y para los que su Cadillac Eldorado Biarritz parece ser un compañero más, un escenario de azul y caoba con el que devorar asfalto y respirar ilusiones. Chema cruza su pierna en el asiento del copiloto, confortable y complacido por el suave ronroneo que asciende y rodea el habitáculo. Sonido con el que subrayan aventuras, la complicidad y los sueños. Desde atrás, me acomodo en el asiento del Cadillac, durante un breve pero confortante paseo por la carretera, en medio de la comitiva multicolor de ciento y pico coches.
O como José María & Sara, en cuyo Cadillac De Ville convertible esta vez no está montado Elvis (otrora conductor de otro De Ville) sino la serenidad amable, ensoñadora e incluso inspiradora de un matrimonio maduro, acomodado (para qué negarlo) en cuyo asiento trasero también me cuelo. Y con nuestra ya longeva amistad (la friolera de 5 minutos) me hablan de por ejemplo cómo él le pidió dinero a su suegro para su primer coche. Pasamos por los pueblos, bromeo saludando como John F. Kennedy a los parroquianos y a la llegada al destino me piden que les haga una foto más.
Y me vuelvo a parapetar tras el objetivo. Pero la historia de ellos dos lleva ya años escribiéndose y aún le quedan ríos de asfalto. José María posa con su sombrero junto a sus flamantes 6 metros de Cadillac.
Suena el obturador.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home