El Último Don Tancredo
La suerte taurina denominada “Don Tancredo” consistía en subirse a un pedestal en el centro del ruedo, vestido de blanco y con la cara empolvada de blanco. Una vez allí, la espera inmóvil a la salida del toro.
Enrique Zalduendo era una persona a la que en muy pocas ocasiones vi perder su compostura y ademán: amable firmeza ante las adversidades; ejemplo de abnegación cuando tocó cumplir, años después de pasar por el altar, con la parte del juramento que decía “en la salud y en la enfermedad”; buen consejero al que el paso de los años revalorizaba en calidad y prudencia. Una persona cuya Cultura y maneras le hicieron meritorio del respeto de familiares, amigos, medios de comunicación en los que colaboró, etc.
Unas veces me pregunto quién lanza los dados y otras si éstos están trucados. La vida no fue del todo cortés con Enrique, y le sometió a pruebas que aún hoy me provocan náuseas, como es la enfermedad de la esposa o la muerte de un hijo. En esta última recta, tuvo la oportunidad de decirle a un cáncer ese “me encuentro fenomenal”. Y así fue: el pasado lunes, tras superar un grave cáncer de intestino, fue una reposada parada cardio-respiratoria lo que se lo llevó. Creo que ese Corazón había regalado mucho amor durante 79 años. Y, al margen de resultados de temperatura, tensión, oxígeno en sangre y pulsaciones (“todo muy bien”, Enrique dixit), no puede haber máquina que monitorice eso.
Recuerdo sus mensajes al móvil como aquel “tomando el sol, eh? Yo también en el paseo marítimo junto a una rubia que está pero que muy buena (Es una cerveza, claro)” u otros simplemente diciéndome que tenía ganas de verme pronto por Zaragoza.
Su última acción, ese Don Tancredo recostado sobre la cama, con las gafas sin caer de su frente y una pierna levemente recogida. Sin inmutarse, resolviendo quizá un pasatiempos ante la llegada de Caronte.
Descansa en Paz, Abuelo.
Enrique Zalduendo era una persona a la que en muy pocas ocasiones vi perder su compostura y ademán: amable firmeza ante las adversidades; ejemplo de abnegación cuando tocó cumplir, años después de pasar por el altar, con la parte del juramento que decía “en la salud y en la enfermedad”; buen consejero al que el paso de los años revalorizaba en calidad y prudencia. Una persona cuya Cultura y maneras le hicieron meritorio del respeto de familiares, amigos, medios de comunicación en los que colaboró, etc.
Unas veces me pregunto quién lanza los dados y otras si éstos están trucados. La vida no fue del todo cortés con Enrique, y le sometió a pruebas que aún hoy me provocan náuseas, como es la enfermedad de la esposa o la muerte de un hijo. En esta última recta, tuvo la oportunidad de decirle a un cáncer ese “me encuentro fenomenal”. Y así fue: el pasado lunes, tras superar un grave cáncer de intestino, fue una reposada parada cardio-respiratoria lo que se lo llevó. Creo que ese Corazón había regalado mucho amor durante 79 años. Y, al margen de resultados de temperatura, tensión, oxígeno en sangre y pulsaciones (“todo muy bien”, Enrique dixit), no puede haber máquina que monitorice eso.
Recuerdo sus mensajes al móvil como aquel “tomando el sol, eh? Yo también en el paseo marítimo junto a una rubia que está pero que muy buena (Es una cerveza, claro)” u otros simplemente diciéndome que tenía ganas de verme pronto por Zaragoza.
Su última acción, ese Don Tancredo recostado sobre la cama, con las gafas sin caer de su frente y una pierna levemente recogida. Sin inmutarse, resolviendo quizá un pasatiempos ante la llegada de Caronte.
Descansa en Paz, Abuelo.
2 Comments:
Hola Diego. Soy Vicente de Zaragoza. Lamento estrenar mis entradas en tu blog con este tema. Siento mucho el fallecimiento de tu abuelo. Espero que nos veamos pronto. Un abrazo.
Diego, es un relato muy conmovedor...la verdad es que me has dejado sin palabras.
Ya sabes que siento mucho lo sucedido.
Un beso
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