Un hombre negro camina sobre la nieve blanca bajo el cielo azul
Patrias, colores, ideas. Casi siempre se funden en una y dan en ocasiones bellos sentimientos, pero también atrocidades. Nunca he tenido claro cuál es la frontera en la que uno delimita su ser, su persona. Pero sí que hubo momentos en los que necesité anclarme a un sentimiento.
Pedro & Flora se conocieron a través de cartas, escribiéndose en Esperanto durante 11 años (1929-1940). Él desde Zaragoza y ella desde Narva (Estonia). Se vieron en persona en el Jamboree Internacional de Budapest (verano de 1933). Pedro acudió allá en tren con el grupo de España y Flora con el grupo de Estonia. Había combustible, comburente y fuente de ignición: Arrancó una llama entre ellos que ya nunca se extinguiría. Siguieron las cartas hasta que estalló la guerra en España, con lo que Flora no podía venir a España con el panorama de aquí.
Mientras, en Estonia todos se olían que los rusos iban a invadir el país de nuevo, como había pasado otras veces en la historia; así que decidió irse a vivir a Estocolmo, a esperar el fin de la guerra en España, para poder ir a casarse con Pedro. No quiso quedarse en Estonia: sus padres ya habían fallecido y todas las hermanas tenían ya sus familias. Corría el año 1937. Flora se quedó viviendo en Suecia por tres años, haciendo de “nanny” de una aristócrata sueca. Al finalizar la guerra civil española en 1939, Pedro y Flora comenzaron a preparar el viaje de ella para España.
En 1940, Flora atravesó una Europa convulsa previa a la Segunda Guerra Mundial pertrechada con una maleta de viaje y un revólver de culata blanca en el bolso. Se casaron el 24 de Noviembre de ese mismo año en la Iglesia de Santiago, en Zaragoza.
Pedro & Flora tuvieron al cabo de unos años a su hijo Pedro. Y éste me tuvo a mí. Hoy sólo me queda el recuerdo, lo que me contaron y lo que me recuerda mi enciclopédica tía.
Dentro de unas horas sale un vuelo hacia Estonia, para el que tengo un pasaje. Y aún hoy sigo convencido de que el asiento de al lado debería haber llevado el nombre de mi padre.
Pedro & Flora se conocieron a través de cartas, escribiéndose en Esperanto durante 11 años (1929-1940). Él desde Zaragoza y ella desde Narva (Estonia). Se vieron en persona en el Jamboree Internacional de Budapest (verano de 1933). Pedro acudió allá en tren con el grupo de España y Flora con el grupo de Estonia. Había combustible, comburente y fuente de ignición: Arrancó una llama entre ellos que ya nunca se extinguiría. Siguieron las cartas hasta que estalló la guerra en España, con lo que Flora no podía venir a España con el panorama de aquí.
Mientras, en Estonia todos se olían que los rusos iban a invadir el país de nuevo, como había pasado otras veces en la historia; así que decidió irse a vivir a Estocolmo, a esperar el fin de la guerra en España, para poder ir a casarse con Pedro. No quiso quedarse en Estonia: sus padres ya habían fallecido y todas las hermanas tenían ya sus familias. Corría el año 1937. Flora se quedó viviendo en Suecia por tres años, haciendo de “nanny” de una aristócrata sueca. Al finalizar la guerra civil española en 1939, Pedro y Flora comenzaron a preparar el viaje de ella para España.
En 1940, Flora atravesó una Europa convulsa previa a la Segunda Guerra Mundial pertrechada con una maleta de viaje y un revólver de culata blanca en el bolso. Se casaron el 24 de Noviembre de ese mismo año en la Iglesia de Santiago, en Zaragoza.
Pedro & Flora tuvieron al cabo de unos años a su hijo Pedro. Y éste me tuvo a mí. Hoy sólo me queda el recuerdo, lo que me contaron y lo que me recuerda mi enciclopédica tía.
Dentro de unas horas sale un vuelo hacia Estonia, para el que tengo un pasaje. Y aún hoy sigo convencido de que el asiento de al lado debería haber llevado el nombre de mi padre.
1 Comments:
Y lo llevas, Dieguete, nadie que no es olvidado llega a morir definitivamente, hay una manera de supervivir en las acciones y actitudes de los que nos sobreviven, ese legado y esa herencia dice tanto o más que las cosas que hicimos en su día. Nos duele la ausencia de los que ya no están. Yo creo que a ellos les dolería mucho más nuestro olvido, y más les habría de doler si se hubieran ido sin dejarnos su poso en nuestro recuerdo y veneración. Me ha encantado la historia de tus abuelos, y contándonosla nos haces albaceas de algo hermoso de veras.
Publicar un comentario
<< Home