Atrapado entre cristales
Óscar, Quique un servidor, mi padre trás la cámara. Y el escupitajo de realidad se vuelve ácido, corroe toda capa de piel hasta conquistar y revolver neuronas y corazón. Es lo que tienen los fantasmas del pasado. Se manejan como Pedro por su casa (irónica expresión para el caso) hasta que identifican tu punto débil: un amigo de la infancia consumido por un simpático tumor poco después de que la cámara haga “Ch-Xs...” Onomatopeya, además, de latidos ya contados al otro lado del visor.
Tiempos de auto-promesas, ilusiones, convencimiento de llegar a ser una figura del Rock, de llegar a dominar las cámaras fotográficas. Llevando la mirada más allá de aquel vendaje, llevándola incluso más arriba del objetivo de la cámara. Porque era una época de convencimiento sereno de lo que me importaba.
Dicen que maduras y creces cuando tus órdenes de prioridades comienzan a dar vuelcos.
Y sin embargo, en el fondo nada ha cambiado. Porque al fin y al cabo a lo que ayuda el tiempo es a convertir los traumas y remordimientos en fantasmas. Que si bien son más cómodos de llevar, se vuelven compañeros inevitables de viaje.
Atrapados entre placas de cristal.