12.8.06

La Sonrisa Blanca

La escena habla por sí misma: Fila del supermercado, como inicio de mis vacaciones,. Hay un señor de setenta y algunos años, con bigote blanco y expresión alegre. Está recogiendo su compra conforme pasan los artículos por el pip-pip de la cajera. Mientras tanto, voy cargando en la misma cinta mi equipaje básico de supervivencia para una mañana de playa: refresco, cerveza, agua, snacks y servilletas que pocos instantes después incorporaré al maletero del coche.

Y ahí está ella, teléfono móvil en ristre (y oreja). ofuscada por quién qué, apabullando a ese señor con su espalda y giros de no-puedo-creer-lo-que-me-cuentas. Afortunadamente la cajera es de ley. y reprende a la elementa descifrándole el insondable misterio de que eso es una cola para pagar la compra y no un locutorio. Así que, sin disculparse ni quitarse el teléfono, quizá protegiendo una otitis aguda, se marcha airada y ofendida. Pero, de repente, aparece La Sonrisa. El señor hace una observación conciliadora viéndola marchar, dibujando un arco cóncavo con los labios bajo el bigote. En ese momento, en esa cola de la compra, me doy cuenta de que se ha congelado mi mirada y mi propia sonrisa en él, mientras jugueteo con las monedas en mi mano.

Pago, recojo y mientras voy hacia el coche, sorprendido por que todavía en este país (y más en Sitges) se pueda uno avituallar por poco menos de 3 euros, cuando lo veo con su Seat 600 blanco, cargando la compra en los asientos posteriores. Sé que no la va a aceptar, pero le ofrezco mi ayuda para ello. Y no había tanto de altruísmo como de egoísmo en ello: Necesitaba ver esa sonrisa otra vez, y aquel señor me la regaló, mientras se me volvía a dibujar y congelar ese rictus alegre en los labios.

9.8.06

Invisibles son los hilos que maneja.

Un pie persigue al otro, el asfalto es infinito pero las líneas y las luces pasan como trenes en dirección contraria. Primero es una cuesta abajo, luego una subida prolongada. La caldera del corazón pide más carbón, cada vez suena más fuerte hasta que giro a la izquierda.

Los latidos siguen bombardeando pero mudos, las zapatillas redoblan su tono plateado y parecen iluminarse buscando el encuentro de esa testigo taciturna y ocasional. La Luna Llena apenas se levanta unos palmos del horizonte para rielar, alumbrar e hipnotizar.

Siguen los pies y el corazón como biela y fogón, pero el maquinista sigue absorto por aquellos hilos invisibles del cielo, envueltos en un halo de lunática belleza.

7.8.06

...una casita chiquitita en Canadá...

Veamos:

“Yo tenía una casita chiquitita en Canadá/ con un estanque y flores, las más lindas que hay allá / y todas las muchachas que pasaban por allí / decían qué bonita es la casita chiquitita en Canadá”

(No debía ser tan chiquitita cuando tenía estanque con sus flores y todo)

Tras una época de búsqueda de piso en Barcelona, parece que por fin he encontrado algo adecuado y además cerca del despacho. La época Sitges toca a su fin, así que para aquellos que fueron demorando una posible visita a dicho pueblecito con alojamiento de mi cuenta: “too late”.

Tras casi 3 años allí, puedo dar por concluida la época “sitgiliana”. Dado que la casera no quería renovar el alquiler, he decidido buscar directamente en Barcelona: tengo la sensación de que me he venido perdiendo muchas actividades en la capital. Eso sí, estos días de verano estoy aprovechando para el bronceo y disfrute de los paseos junto al mar.

Cosas en claro tras la búsqueda de piso: la realidad inmobiliaria de este país es algo insostenible. Es una cascada en la que la indecencia+inmoralidad de los precios de los pisos, añadido al alma especulativa de la gente (en España, 9 de cada 10 personas se hipotecan, y queda un residuo importante de casas para “no-vivienda”) se traducen en alquileres inviables. Finalmente, los criterios de decisión no recaen sobre el inmueble en sí, sino sobre las impresiones que te da el compañero de piso, los servicios que hay instalados, etc.

En definitiva, da para mucho más que un simple post esta reflexión, pero creo que hay por la red suficientes gurús inmobiliarios a los que consultar. Aunque estoy seguro de que viven de alquiler, hoy por hoy.

4.8.06

El Último Don Tancredo

La suerte taurina denominada “Don Tancredo” consistía en subirse a un pedestal en el centro del ruedo, vestido de blanco y con la cara empolvada de blanco. Una vez allí, la espera inmóvil a la salida del toro.

Enrique Zalduendo era una persona a la que en muy pocas ocasiones vi perder su compostura y ademán: amable firmeza ante las adversidades; ejemplo de abnegación cuando tocó cumplir, años después de pasar por el altar, con la parte del juramento que decía “en la salud y en la enfermedad”; buen consejero al que el paso de los años revalorizaba en calidad y prudencia. Una persona cuya Cultura y maneras le hicieron meritorio del respeto de familiares, amigos, medios de comunicación en los que colaboró, etc.

Unas veces me pregunto quién lanza los dados y otras si éstos están trucados. La vida no fue del todo cortés con Enrique, y le sometió a pruebas que aún hoy me provocan náuseas, como es la enfermedad de la esposa o la muerte de un hijo. En esta última recta, tuvo la oportunidad de decirle a un cáncer ese “me encuentro fenomenal”. Y así fue: el pasado lunes, tras superar un grave cáncer de intestino, fue una reposada parada cardio-respiratoria lo que se lo llevó. Creo que ese Corazón había regalado mucho amor durante 79 años. Y, al margen de resultados de temperatura, tensión, oxígeno en sangre y pulsaciones (“todo muy bien”, Enrique dixit), no puede haber máquina que monitorice eso.

Recuerdo sus mensajes al móvil como aquel “tomando el sol, eh? Yo también en el paseo marítimo junto a una rubia que está pero que muy buena (Es una cerveza, claro)” u otros simplemente diciéndome que tenía ganas de verme pronto por Zaragoza.

Su última acción, ese Don Tancredo recostado sobre la cama, con las gafas sin caer de su frente y una pierna levemente recogida. Sin inmutarse, resolviendo quizá un pasatiempos ante la llegada de Caronte.

Descansa en Paz, Abuelo.